realismo mágico

Madrugada del 1 de enero: al sanatorio con mi mamá para cuidar al Martincho, que está internado. Niño dolorido, lloroso, irritable, niño al fin; hice lo que pude, lo juro. Justo después de haber desorbitado (otra vez) mis deseos, sin palabras para expresar lo inefable en la búsqueda de una palabra que defina lo que hace falta para ser feliz, y de haber saludado cuanto quise, sin privarme ni de la alegría ni del dolor. Me hacía falta la ficción del año nuevo, como tal vez me haga falta ahora desorbitar la confianza. Adelante, mis valientes.

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