El charme no se compra

Tuve alumuerzo de trabajo con los voluntarios del Hospital de Niños. Mi invitación decía claramente "a la canasta", de modo que preparé para mí tres trozos de pan con queso, y una manzana (que al fin, por pudor, no saqué). A pleno sol, nos instalamos en una mesa del campus. Juntamos algunas monedas y compramos una bebida grande. Puse mi discreta provisión y lo mismo hicieron dos o tres. El resto, con inequívoco gesto, dijo que ya había comido, y comenzamos a hablar de todo, de los títeres, de las clases, del sol.
Lucas me dijo después que trató de ponerse una sonrisa a la altura de las circunstancias pero le costó mucho. Yo me puse también confidente con él: tuve envidia, yo también quisiera esa elegancia para los días de fiesta. Claro, tengo que aprender.

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