Eos

Eos, de sonrosados dedos, hija de la mañana, apareció entre dos cerros, encerró el valle, deplegó su cabello de oro sobre los picos pequeños de los Andes. Hacía tiempo que no venía por aquí y ahora iba apurada hacia el Pacífico. Inti, saliendo del sueño,la miraba pasar. Los cardones, boquiabiertos, también.

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