El memorioso

me puse a la orilla del misterio y escuché

el silencio

(no la nada)

había un hijo de nadie que lloraba

mirándose las manos retorcerse

sin ojos sin tiempo sin pelo

tiraba flores podridas al cielo azul reflejado en un charco de la calle

su corazón en gotas a las babas de las musarañas

gritaba que no iba a hacerme daño no no no

no pudo contener la furia desatada de los años sumergidos

taladraba con su grito una por una todas las cavernas

todas las montañas todas las flores todas las calles

le salieron unos ojos como escamas

brillantes de rocío y de luz nueva

una luz agonizante y rancia

y dijo: Basta.

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