fiesta

Quizás me equivoqué de medio a medio y por suerte mis nervios me alertaron en el foyer antes de entrar anoche a la velada en el Palau de la Música. La familiaridad con ese edificio, con la música clásica, con la orquesta, con los ritos, más toda mi preparación, fueron necesarias pero claramente insuficientes para la belleza que viví y que me cambió (¡o quizás me devolvió!) un radical punto de vista. Me parece recordar que Pieper hablaba de la fiesta como de la celebración no cotidiana de la cotidiana celebración de la vida. Si fuera así, la de anoche le daría la razón: esta vez el corazón de la fiesta radicó en lo extraordinario (que fue la forma que eligió la belleza para aparecerse, de la mano de la elegante profesionalidad de la Berliner Staatskapelle y la sorprendente musicalidad de Daniel Barenboim), no tanto en lo nuevo.

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