Un burro de barro, justo hoy


En Bolivia conocí, hace años, muchos burros de verdad: rebuznando al amanecer al ir al trabajo, detrás del macizo y exagerado volumen de las cholitas; comiendo a mediodía, como toda gente decente; en medio de la maleza o de las flores haciendo distintas tareas. Pude ver también un bebé de burro con su piel brillante y suavísima, durante una escalada.
Esos burros con largo flequillo de La Paz no se me fueron de la memoria, y cuando necesité hacerlos presentes otra vez me animé a usar el barro para modelar.
La pobreza del material es adecuada; casi todos los burros que conocí estaban, de hecho, un poco cubiertos de barro después de haber trabajado unas horas. Sin auras románticas, los burros tienen esa misteriosa fuerza y delicadeza de las cosas vivas hechas con la tierra misma. ¡Si lo pienso, me da pena que mi barro no rebuzne!
Modelo sólo de vez en cuando, en algún mínimo y muy improvisado taller: una piedra de río, o como esta vez, una silla al sol. Siempre rompo o regalo las cosas que hago. A este chiquilín que ves en la mano le hice una foto para recordar el día de hoy.

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