Rueda de auxilio

Ine me pidió auxilio: en honor a la amistad tuve que ser maestra de cuarto grado por una mañana. Me ocupé de cuatro niños y cuatro niñas de una villa miseria cercana al cerro. Antes de comenzar a trabajar les di un pequeño desayuno. Me trataron con ese afecto típico de los chicos que se nota, por ejemplo, en la marca del esfuerzo por la prolijidad en medio de invariables errores de ortografía. Ine me había mandado ocho caramelos para el recreo. Ellos lo pasaron jugando al fútbol y saltando al elástico; yo, haciendo sana-sana (mojando mágicamente la cabeza, claro) a un chiquito que se golpeó, y luego estudiando con un ojo). Sabían bien las tablas de multiplicar pero no qué es la multiplicación, oh. Cantamos un poquito.

¡Ahora todos los sábados a la mañana incluirán la tentación de ir a reemplazar a Ine!: no podré, qué pena.

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