Ali shan (oolong)

Quizás la calle más encantadora de Barcelona, cerca de la plaza de Sant Jaume, en un lugar estrechito; tenía la dirección porque me la dieron dos personas que no se conocen entre sí. Me recibieron varios aromas, uno tras otro, en un ambiente claro de vapores orientales. Asientos de distintas alturas y formas. Me puse en una mesa cerca de un enchufe para poder instalar mi computadora. Una restauradora me dio la carta, una espléndida carta de té. En la primera página, las novedades: los premios de té verde japonés y otros varios tés más. La carta normal con capítulos para las variedades: té blanco (el que sólo podía tomar el emperador), té verde, de distintos países, té oolong o azul, té rojo, té negro. Infusiones preparadas en la casa. Algunos bocaditos. El té se sirve preferiblemente sin azúcar. Me asesoraron, cómo perdérmelo, y pedí un té azul de la montaña, con leche (que se sirve sin leche). Me comentaron que ese té viene de un jardín pequeño que está en una montaña con cerezos, en Taiwan; y lo creí, cómo no. Trajeron un servicio sencillo de té y un termo con agua. Pusieron en el recipiente unas bolitas y echaron agua; la restauradora preparó el primer té conmigo y me enseñó. Las bolitas de té se desenredaron al hidratarse y se volvieron grandes hojas. Me indicaron: las hojas son grandes porque este té viene de una planta muy antigua. Me asomé sobre las hojas humeantes y llegó, intenso, un aroma a té con leche; y fui niña de repente en casa de mi abuela. Supongo que abrí grandes los ojos. Oí: Volver, y un son gitano. Se hizo una pausa. Con la frente marchita, sí, era el tango. Un tango para bailar con castañuelas. Se me va el santo al cielo y mi segundo té ya está listo. Sentir que es un soplo la vida. La taza es redondeada y se deja acariciar, pensativa. Mi té se llama ali shan. Tomo una tercera taza, más paciente. Se enfría, es inexorable, el té siempre se enfría; es la señal para el rito antiguo. Adeu.

Comentarios