El cuentacuentos de María José

Ya iba terminando el cuentacuentos en el hospital de niños. Lucas, el títere pelirrojo, se despedía de los primeros chicos que salían, cuando María José se sentó a mi lado y comenzó a hablar, en su lengua indescifrable, con el títere y conmigo. La miré y sólo vi los ojos transparentes, los ojos con capas de lentes invisibles que sólo tienen los niños Down. Sonreimos y Lucas la miró fijamente. Ella tomó mi mano, y se envolvió en el Lucas, y yo me retiré. Justo en el momento en el que hacíamos el traspaso del títere gritó una alegría incontenible y puso a Lucas en alto, y me abrazó fuertemente con su brazo libre. Lucas bajó a la altura de los ojos de María José y María José me desasió. Apasionadamente comenzó a contar un largo cuento. Aparecieron montañas, chicos de colores, un sol grande, agua fresca. Una mamá y un papá, y una niña amada. Con el cuerpo en emoción y el alma en cada sonido, Lucas fue pasando por todos los registros. Todo el escenario había quedado en vilo ya desde que María José comenzó su actuación y así seguimos; nadie la había visto antes allí detrás y nadie la miraba, porque parecía que ella no veía los títeres jugar… Pero ahora María José es Lucas, es Constanza, es el pato que se ríe, es María Pía, es los toboganes y las hormigas voladoras. Repitió todos los movimientos del cuentacuentos, dijo cada palabra, comió las narices de los niños, repartió besos, cantó. Yo le soplé: “Que diga ¡No!”, y moví la cabeza ampliamente, moviendo mucho el pelo. Ella me miró y Lucas dijo un ¡No! tímido con la cabeza. Su cuento comenzó a decir que ¡No! y más cosas. Probamos de nuevo, con el ¡Sí!, y se mezclaron los ¡No! y los ¡Sí! en el cuento cuando yo le sugerí. María José cambió de mano el títere y siguió manejándolo con igual destreza. Seguimos con el cuento, no sé qué página del cuento, pero había que irse ya. Me puse de pie y pedí, mirando de reojo a las otras titiriteras: “Lucas, hay que dormir. Los títeres tienen que dormir. Vengan, el señor Pelín, María Pía, Jacinto, Lucas. Por favor”. Todos a la bolsa, y un beso, María José ya se va… ¡Pero vuelve justo justo cuando los títeres han dejado lugar al aparato de música en la bolsa, y están a la vista! Inmediatamente Lucas vuelve a las andadas, y María José comienza el cuento. Sólo estamos las voluntarias -que todas a una han vuelto a sus títeres mudos-, las alumnas que fueron a observar el cuentacuentos, María José, Lucas y yo. El cuento es largo como la vida, pero hay que irse. ¡Sht! Me pongo muy imperativa. “¡Hay que dormir!”. La voz se hace un susurro, para que sólo oiga María José y adivinen las demás: “Sht, a la bolsa, a la bolsa, que los títeres están muy cansados… Por favor, que están muy cansados…”. El señor Pelín, María Pía y Jacinto, dando el ejemplo, se meten en la bolsa. Falta Lucas. María José se pone un dedo sobre los labios: ¡Sht!, me dice. Se saca el títere de guante y lo pone en la bolsa. Pero Lucas, que es un niño sin sueño que no quiere dormir, se levanta y hace historia: María José lo toma por fuera como un muñeco y lo mueve como se mueve un niño travieso. “Sht, Lucas está cansado y tiene que dormir. Ahora hay que cerrar la bolsa…”. María José me vuelve a decir “¡Sht!” y cierra la cremallera grande, y la pequeña, con cuidado. Me da un beso y se va en puntitas de pie.

(Para las dos Adelas)

Comentarios

Anónimo dijo…
Maravilloso!

Jaime
Anónimo dijo…
Muchisimas gracias!!!
Perdon, pero se me hizo un nudito de emocion.
No dejes de contarnos sobre tus angelitos.
Y Nair?