Ibáñez

Aparentemente todo fue muy rápido. Ibáñez avisó que se sentía mal pero igual montó y encaró al primer puesto. No pudo más, llegó a la tierra sudando frío, con una palabra amorosa despidió al tordillo, los ojos recuperaron la firme serenidad. Las manos, de tamaño prodigioso y habilidad para todos los oficios del campo, no se movieron más y esa fue la señal: nunca antes habían dejado de trajinar.

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