catarsis

Fui sola y el lugar era enorme, y el escenario también enorme. Comenzó "Los miserables", el musical basado en el libro homónimo de Víctor Hugo. Me estremecí y pensé qué estaba haciendo yo ahí cuando el escenario se llenó de las voces lastimeras de los condenados: "¡Piedad! ¡Piedad!". ¡Yo no quería estar ahí! No quería estar sola viendo a los condenados, no quería ver la crueldad de Javert, los empujones, toda la soledad junta de este mundo. La crueldad de la soledad frente al destino que se prolongó durante muchas escenas, rápidas y diferentes, mostrando todos los dientes de su amarga risa. Después del desamparo de Valjean, el de Fantine. Y su muerte, con el infalible Javert en medio. Más escenas. La inocencia más absoluta apareció en la voz de la pequeña Cosette y su miedo a la oscuridad, trabajando, en harapos, soñando con un castillo encantado. La codicia, una y otra vez. Valjean rescatando a Cosette, rescatando su sueño una y otra vez, salvando la libertad, esa libertad que se murió luego en la calle junto a la ingenuidad de los jóvenes revolucionarios. Rescatando el amor naciente, casi muerto. Y Javert, la amarga ley, una y otra vez, hasta que llega su turno y se esclarece: el destino de Javert es la desesperanza. Morimos todos con él, murieron tantas cosas en ese puente. Pero algo renació junto a la luz clara de Valjean pasando por todos los fuegos juntos de este mundo. El futuro (el único futuro) es hoy.

(Cómo me gustaría, ahora mismo, saber sacarles el pellejo a las palabras)

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