con los pájaros volados

Lloré de la risa, al fin. Me parece que necesitaba venir y, de modo totalmente inesperado, estar una hora participando en un cuentacuentos lindísimo. Estaba un poquito preparada para el impacto: por la mañana, también de modo inesperado, me había reencontrado con Los sueños del sapo, de Javier Villafañe, en forma de antología. El cuentacuentos empezó aplaudiendo largo rato. Quizás nos desentumecimos ahí. Pasamos en seguida a una increíble batalla debajo de uno de los bancos de primer grado. Seguimos por la selva, una selva ruidosa que no aparece en los libros. Hicimos música con las manos y terminamos haciendo pan. ¡Hubo terror, auténtico terror! en medio de un cumpleaños, y todos los chicos (y todos los grandes) quedamos quietecitos. Una canción para leer por el aire. Asombro chino, como si estuviéramos en un cuento vuelto a leer una y otra vez, hasta el increíble final. Más animales. Un cuento con mal olor y mucha más risa. Y fin, los chicos salieron casi corriendo y yo me quedé un ratito para reponerme.

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