Vatita

Vatita subió el cerro. Descubrió primero que la mañana era auténticamente de domingo en los colores, en los aromas del aire, en los haces de luz bajando entre los árboles. La primavera, siempre la primavera, llegando tarde, justo a tiempo. Desconectó y se dedicó a caminar sin mirarse las puntas de los pies, haciendo erráticos desvíos y viendo, sólo viendo las cosas. Atención, una vatita en retirada en medio de un gran escalón, una vatita enorme, descomunal, con capa roja de miles de millones de puntitos negros. Mi injusta cámara retrató a vatita pero la sacó pequeñita sobre el gris de la piedra. Y si vatita podía seguir, yo quizás podría también; y seguí. El cerro revive en innumerables bonsais que crecen contra todo pronóstico (dice el corazón). Why not? La Ros me había anunciado sin querer quizás todo esto cuando hablamos ayer por el chat. Todo esto, tan escrito, de libro -cada año llega una primavera por vez-, tan sorprendente. Vatita se dejó picotear mansamente por los mosquitos y siguió subiendo: 8, 9, después no contó más, el cuerpo ya estaba suficientemente cansado para seguir solito él contando y subiendo en medio de un prolongado déjà-vu. El aire quieto como la sonrisa insensible aún. Insensible, tal vez esa es la palabra que estaba buscando. O aún, esa otra palabra tan complicada. Continuará.

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