Lluvia

Sólo me recuerdo habiendo salido ya del caserón por un camino polvoriento, montando una bicicleta antigua de paseo, quejosa y liviana. Que se extendía el horizonte junto con la vista y el sol caía, amarillento; y era la pampa. Del otro lado del sol pasaban nubes inquietas y, lejanos, unos pájaros graznando extrañamente. El aire era fresco de verano, en la inconsciencia de los años más frescos de la vida. No perseguíamos entonces al tiempo girando en falso. Sólo cabía -cómo lo recuerdo- vivir una tarde ancha de domingo y no esperar nada más que el viento dando en la cara y haciendo volar el pelo suelto y que el largo camino siguiera dilatándose sin término. El cielo, gris sin embargo, lo supongo. Yo tal vez iba imbuida en algún pensamiento. De repente, como la desgracia y el amor, me rodó por la frente una gota pesada y memorable y se lanzó una tormenta tremenda. Se extendió el gozo adolescente; risa floja y cantar a gritos dándole a la bicicleta contra la fuerza de las ráfagas y el agua calando hasta los huesos.

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