Crol

Me tiró al agua una tabla. Traté de evocar la primera, la última vez que usé tabla: no me acordé de nada. “Te apoyás con una mano en medio y vas con patada lateral. Sí, así”. La pared derecha iba pasando: una columna, otra más. Delfines, tortugas y tiburones iban por detrás, como una flecha, chapoteando, con rictus de dolor o cara de gloria. En los últimos metros de los cien no podía avanzar ni un centímetro y las piernas iban inevitablemente hacia abajo; llegué a la orilla y me apoyé sobre un chorro de agua caliente para desentumecer la espalda hasta que volvió la instructora. Venía de una mañana dura en el Ministerio y toda la tarde tuve atención de alumnos en la Universidad. “Muy bien. Vas de nuevo cien metros. Con este ejercicio tenés que lograr darte cuenta de cuál es la posición en la que tenés que sacar la cabeza para respirar”. Intenté traducir para mí: key words: posición supongo que del cuerpo; dominar la cabeza; respiración. “¿Apoyaste la cabeza en el hombro?”. No, me parece que no. ¿Así? “Sí. Adelante”. Voy a poner la misma mano en la tabla, y cuando vuelva pongo la otra. Sí, apoyando la cabeza queda el cuerpo bien extendido y es mejor. Llegué bien, y otros cien. “Ahora escuchame”. Atención. “Vas con una mano y das seis patadas. Uno, dos, tres…”. La instructora reproduce el movimiento del agua al contar, lentamente. “Pasás la cabeza por debajo [del agua] y apoyás la otra mano. Y uno, dos, tres…”. Otra vez. “Sacás la cabeza y respirás, y uno, dos, tres, … seis”. Ahí vamos. Al intentar pasar la cabeza debajo de la tabla tragué agua y me ahogué como los chiquitos. ¡Ea, a qué niveles estamos volviendo! ¡Tengo que aprender a respirar debajo del agua! Me parece que la instructora dijo que tomara aire con la nariz y soltara debajo con la boca. Vamos a probar: una amplia inspiración y me metí en el agua. Era imposible ir contando al mismo tiempo, de modo que confié en mi instinto para el ritmo y me concentré en inspirar arriba y soltar el aire con la boca. Tragué agua pero no me ahogaba, podía seguir y no salía del asombro. Al volver ya podía ver las líneas que marcan las calles debajo del agua. La instructora me hizo un gesto de aprobación. Cien metros más. Pensaba que aprender a respirar en el agua tal vez me ayude a tener más resistencia al cantar cuando llegué a la orilla. “¿Te has dado cuenta que así se nada crol?: uno, dos, tres…”. Vamos, sin tabla, a hacer caso: cómo es ahora esto del crol. Una brazada amplia, con el codo bien libre como me enseñó la otra instructora. Dos. Tres, y sale la cabeza a respirar… Y respiré como siempre he respirado en el crol, tomando aire con la boca. Abajo, soltando el aire despacito. Uno, dos, tres: arriba esta vez por el otro lado, el que nunca había salido, y tomar aire. El hombro se liberó como me dijo Raúl, el otro instructor, y gané lentitud en el movimiento. Uno, dos, tres… Aire. Izquierda otra vez; derecha arriba. Sin apenas esfuerzo llegué a la orilla y me sonreí. Recordé a mi madre llevando a su patito a nadar a lo del Señor Martínez, al fondo de la calle. No me había venido ese recuerdo en tanto tiempo. Regresé nadando igual, tomando el aire más profundo. En vez de la emoción del descubrimiento había ahora un gran cansancio. “Tenés un bonito estilo. Muy bien”. No importaba que respirara de otra forma: cada uno elige la que le viene bien. Ahora, a nadar espalda. Mirando las estrellas.

Comentarios

Anónimo dijo…
Genial! Ya tenemos a la Esther Williams del NOA! :-)
Hz
Coni Danegger dijo…
Chiquita, nada de Esther Williams, soy una mojarrita. Ya lo comprobé: por 200 m míos los delfines nadan 500, en varios estilos. Ha sido toda una experiencia ver ¡otra vez! tanta cosa que no sé. Igual estoy muy contenta...