Barroco

Tenía desde hace tiempo una entrada única y baratita comprada por internet para ir al Palau de la Música Catalana. Llegué de la facultad justo para darme una ducha, ponerme las mejores de entre mis tres pilchas y maquillar de un plumazo; saqué la basura y corrí al metro. Pude pensar un poco en el tren, viendo la impresión de mi entrada: The King's Consort y el Orfeó Català. Llegué con unos minutos y entré al foyer, lleno de gente tomando café y moviendo tickets y carteras. Me sentí a gusto. Al tocar el primer timbre hubo un movimiento general y muchas personas hicimos fila para comenzar a subir a la sala. Advertí entonces que mi lugar sería asomada encima del escenario, dando la ilusión inaudita de formar parte del pequeño pueblo de cantantes e instrumentos barrocos que dirigía inolvidablemente Robert King. Mis queridos se darán cuenta de que sin saberlo me había preparado durante años para ese rato ahí. Tengo la impresión de haber asistido a un Bach de referencia en la historia del Palau pero lo más importante para mí fueron los acordes que el barroco abrió en mi corazón (donde habían estado siempre), que no te contaré.

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