Proust y la facultad

La charla estaba animada: Marga, David, el otro David holandés, un profe que no conozco. El mozo -el de siempre- me trajo café. Se equivocó, y en vez de traerme cortado me trajo café. Al primer toque recordé vívidamente que estaba allí y que yo era la misma, la que nunca había dejado de ser (pero, al mismo tiempo, una espectadora), comprendí que de alguna forma no ha pasado ningún tiempo desde entonces.

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